Reclamando identidad

¿Qué hay en un nombre? ¿En esas sílabas y letras, que forman nuestra identidad?

Nuestros nombres cargan un significado profundo. Crecen con nosotros desde la niñez a la juventud y luego en nuestra edad adulta. Es como la gente nos recuerda, es la persona que somos con nuestra familia y amigos.

Pero como latinos en los Estados Unidos, nuestros nombres son cambiados a diferentes pronunciaciones. Este bautismo involuntario borra nuestra identidad causando una crisis interna, donde cargamos dos identidades, la latina y la americana, según entrevistas.

Mayra Alexandra López, mexicana-americana y estudiante de Universidad Estatal de California de Long Beach recuerda el trauma que sintió por primera vez en la primaria.

“Cuando estaba en el tercer grado tuve una maestra que me llamo Maura por todo un semestre”, López cuenta. “Me sentí rara porque me llamó Maura, y yo soy Mayra, pero nunca la corregi y todos mis compañeros me empezaron a llamar Maura”.

López comparte que este evento no fue el único, la gente tiene trabajo pronunciando su nombre correctamente, a veces cambiandolo a Maya o a una pronunciación inglés (Mei-rah).

“Me siento rara corrigiendolos y diciéndoles que se pronuncia Mayra”, López nos revela. “Siento como si los estuviera regañando”. 

Miriam Noemi Amaya Padilla, chicana y estudiante de CSULB comparte una experiencia similar. Cuenta que aprendió a contestar por otro nombre en espacios donde la dominante raza es blanca.

“Cuando fui a la preparatoria donde la mayoría era gente blanca, era como, para sentirme parte de tu comunidad no te voy a corregir por decir mi nombre incorrectamente”, comparte Amaya. “Todos estamos acostumbrados desde pequeños a sentir como si tenemos que cambiar para hacer [los blancos] más cómodos”.

Dice que por ver el color de su piel, mucha gente cambiaba su nombre Miriam a Maria.

“No es fácil estar en esos zapatos, caminar todo los días con otra identidad”, dice Amaya. “Así yo me sentía, esa no era la persona con la que yo convivía en casa, con la que mis hermanos crecieron, mis papás conocen”.

Dalia Karina Hernández, chicana y estudiante de CSULB, empezó a reclamar su nombre cuando llego a la preparatoria y encontró una apreciación más grande a su cultura y sus raíces.

“Sentía que tenía que decirles que mi nombre se pronunciaba Dalia, no es Dei-leeah o Delilah”, Hernandez dice. “Mi nombre me pertenece, y debe de ser pronunciado de la manera en cual mis padres desearon”.

Aunque los hispanos componen 18.1% de la población en los Estados Unidos, un porcentaje que traduce a 51.1 millones de personas, la visibilidad y representación en la televisión y lugares académicas es muy pequeña.

Fatima Castro, mexicanoamericana y estudiante en CSULB opina que esa falta de representación en espacios escolares fue lo que complicó su trayecto con su nombre e identidad.

“En general hay presión para asimilarse en el sistema escolar público, no es explícito, pero cuando no te ves representada en la materia, o en los maestros empiezas a sentir como si tienes que cambiar tu forma de ser”, Castro explicó.

Creciendo en el sistema escolar, empezó a cambiar su nombre a una pronunciación inglés (Fah-tí-mah), para evitar que la llamaran Fatimah.

El español es una parte muy grande de la cultura mexicana, porque fui a una escuela donde no había muchos latinos, fue muy difícil expresarme”, cuenta Castro. “Reclamando mi nombre, y su pronunciación correcta me ha hecho sentirme más cerca a mi cultura”.

López, Castro, Amaya y Hernández comparten el mismo sentimiento que es más fácil reclamar sus nombres cuando están en espacios donde la mayoría de gente son latinos.

“Tengo una profesora de Historia Chicana, fui a sus horas de oficina y me pregunto cómo se pronunciaba mi nombre”, Castro dice. “Se sintió muy bonito tener eso en un espacio escolar, porque fue algo que yo no tuve en la primaria o preparatoria”.

Amaya dice que es tiempo de que empezamos a reflexionar qué importancia tienen nuestros nombres, y si queremos que otra gente vea esa parte de nosotros.

Mi nombre es especial”, Amaya dice. “Me gusta saber que hay gente que toma el tiempo para preguntar mi nombre y no automáticamente corregirlo a lo que ellos quieren. Reconocen mi nombre, y me ven a mi, o ven esa parte de mi”.

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